Tras siglos de solitud he empezado a notar cambios en mí. Pequeños organismos surgidos del agua por primera vez pisan mi tierra. Me divierte verles, ajenos a mi presencia, corretear y explorar la superficie. Son como niños dando sus primeros pasos. Desde la distancia les observo, fantaseo con aquello en que se convertirán el día de mañana.
Una especie concreta ha captado mi interés. Han comenzado a organizarse, a utilizar instrumentos y dan muestras de ciertos rasgos de inteligencia. Su espíritu de superación genera en mí un sentimiento de admiración. Lo reconozco, estos seres aventajados me despiertan orgullo de madre.
Son capaces de las más bellas creaciones, y de los más viles actos…
Últimamente algo me inquieta, la supervivencia ha dejado de importar a estos seres que se han autodenominado humanos. Se comportan como si todo, incluida yo, estuviera a su servicio.
Se suceden las guerras, los conflictos y las batallas de poder. Todo vale en nombre del progreso.
Mientras recuerdo las largas noches en que los acuné en mi regazo, me pregunto: ¿en qué momento mis amados hijos pasaron a ser unos inquilinos molestos? Su autodestrucción me devuelve el eco de mi propio fracaso. ¡Bienvenida de nuevo, soledad!
Muchas gracias a Elvira Toro por el texto
Y muchas gracias a Dulcinea Segura, Axel Joppen y Cristine por su valiosa colaboración.